Mis abuelos, gente sencilla y sin antecedentes musicales, determinaron que su primogénita tocara el piano. Mi madre con 12 o 13 años, os hablo del año 1938, la sentaron por primera vez frente a un teclado, el de su profesora doña Elena, que había recibido clases del mismísimo Enrique Granados; pasado el tiempo, tuvo uno de alquiler, y cuando mi abuelo consiguió un trabajo fijo como cobrador de la Alsina Graell, le compraron un piano de segunda mano, en realidad era una pianola/piano, una vez sacada la maquinaria, desplegó unas posibilidades ilimitadas.- ¡ Nunca se desafinó! - decía mi madre,…